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viernes, junio 02, 2006

Noche oscura

Desde la desesperanza heraclítea. Sólo veo una salida hacia mayores luces. No es otra que atravesar la noche oscura, esa de la que tanto saben los místicos todos que en el mundo han sido, de la mano de algunos filósofos amigos y otros seres tan extraños. En la seguridad de que el esfuerzo mental mejorará el cuerpo, las ideas ajenas –pero casi propias después de tantos años de convivencia con ellas- abonarán mi conciencia y acaso mañana, de nuevo vuelvan los ríos esperados de palabras. A la noche de cabeza.

En primer lugar existió el caos. Así de claro. Es lo que las Musas, en día de decir la verdad, dijeron al pastor Hesíodo, reconvertido desde entonces en vocero de memoria. Al principio, pues, la nada, la cueva sin paredes, una nada, no obstante, rodeada de deseo y tierra.

Al principio el vacío. Así de escueto. Es lo que la ciencia dice, en épocas de narrar verdad, a quienes escuchamos y nos hacemos desde entonces estudiosos de ciencias extrañas, ciencias del caos, efectos mariposa, orugas de nada corroyendo el cosmos desde electrones que viven.

Prohibido pensar la nada. Así de radical. Es lo que la nueva Diosa que, en camino de verdad, ordenó expandir a Parménides el aviso esférico, una esfera que, de tanto ser, no era en concreto nada, convirtiéndonos en seres bicéfalos llenos de luz deslumbrante en plena oscuridad de ciegos.

El ser y la nada. Miles de letras salieron de la pluma sartreana en los bares latinos de París. Un ser que era todo apariencia, tierra y eros, materia y antimateria, desorden de angustia y luz de vida. Nos mostró así la herida incurable de la contingencia humana a la que ni el amor salva. Sólo la definición existe.

Que el desorden es caos y nada. No se quedó Platón detrás del odiado-osado Demócrito, el primero en aceptar la mezcla de ser y nada, y aceptó la mezcla de perfección y muerte gracias a Timeo. Enseñó a quien le escucha que nada puede ser perfecto en este mundo de la nada.

Dios hizo las cosas de la nada. El espíritu de Dios se cernía sobre la superficie, desordenada, caótica, de las aguas. Así dice nuestra Biblia cuando verdad pretende. De donde surgió todo, incluso la nada o muerte. Pero Dios-ser se hizo nada y muerte para darnos, dicen, esperanza, amor, claridad y vida.

El ser es la nada, como ella es el ser, siendo todo devenir nos dejó zanjado Hegel. Una nada que busca el ser que se hace nada en otro, ser que busca su nada para vivir. Vorágine heraclítea, casi ya olvidada, sueño de la mezcla, claridad de la misma, movimiento sin descanso.

¿Nosotros? Vaivenes desde Hesíodo hasta la ciencia, de Parménides a Sartre, de Platón a la Biblia, de Heráclito a Hegel, del orden al desorden, del caos al cosmos, de la fealdad a la belleza, de lo caótico a lo cosmético, sin descanso, muriendo vidas, viviendo muertes, perdidos en el caos que nos hace, aun soñando sinfonías.

¿Quien escribe? Situado en un cosmos sólo explicable por el efecto mariposa cuando una día ya lejano de sanfermín y fiesta hubo un toro que encontró hueso en lugar de corazón y carne, carne que le expulsó a lugares donde anidaba la belleza, siempre más fuerte que su caos, una belleza empeñada en crear más belleza a pesar de tanta lucha en contra de la nada caótica en que su esencia consistía. Caos, pues, lugar de la creación. Porque sólo desde la nada se crea –filosofar, Schelling obliga, es abandonar la última orilla. Sólo desde el desorden se hace cosmos. Así siempre en devenir desde la caverna hasta la luz fugaz de la montaña.


miércoles, abril 26, 2006

¿Para qué enseñar filosofía ?

Reflexionar sobre la propia labor no sólo es conveniente sino necesario. Sacar a la luz pública tales reflexiones entra dentro de la necesidad. A no ser que se pretenda vivir en la vieja torre de marfil olvidando las obligaciones para con la sociedad. Salir a la luz exige, Foucault obliga, precisar el lugar desde el que se habla, dado que no es desde el poder desde el que hablamos. Desearíamos, al menos, que el lugar de origen de esa voz fuera la sinfonía conseguida. Mas sólo es el caos quien lo define. Únicamente porque tal caos es generador de estrellas, porque esta nada de mi saber es a veces violada por luces cuyo origen desconozco, procuro ser portavoz de ese saber que no poseo.

Mi labor, enseñar filosofía. Mi reflexión se tambalea. ¿Filosofía y educación? ¿Educación y filosofía? ¿Filosofía de la educación? ¿Educación para la filosofía? Si lo que se entiende por educación es la adquisición de las habilidades básicas –lingüísticas, numéricas, etc.- para subsistir en la sociedad en que se nace, no tiene mucha importancia la palabra filosofía en ella: serán suficientes unas técnicas pedagógicas sin mayor interés teórico. Tampoco, aunque algo más, si sólo se pretende inculcar unas normas básicas de convivencia. Una filosofía de la educación centrada en estos dos aspectos no irá más allá de una descripción de las técnicas y valores dominantes de la sociedad en que se educa. Con lo que podemos eliminar esta pregunta de nuestra reflexión. Tampoco nos lleva hacia adelante la yuxtaposición de los dos conceptos.

Educación para la filosofía. Algo que esta sociedad pragmática sólo tolera por cierto complejo de culpa ante los ideales que ella generó. Un oasis de libertad en una sociedad absolutamente limitada a los valores monetarios, como profetizó Marx. Un adorno sin más importancia que los cuadros que decoran los salones. Una experiencia personal que acaso debiera descansar en el olvido dada su incapacidad para generar dinero. Un caos que sería conveniente ocultar para no permitir que la duda corrompa algún cerebro.

Corromper, por tanto, como dicen de Sócrates, a la juventud. Con pensamiento y duda, como entonces. Con amor ahora que, dicen, entonces no era corrupción sino costumbre. ¿Finalidad? Hacer del amor sabiduría. Hacer de la sabiduría amor. Porque nadie será feliz si sólo es bañado por dinero, según el síndrome de Midas, o de tío Gilito si queremos ser más jóvenes, nos muestra. Porque nadie será feliz si sólo es bañado por afectos, según el síndrome Don Juan asimismo, nos enseña. Ciertamente tampoco el síndrome ratón de biblioteca o, con denominación más atractiva de loco de la caverna, promete felicidad. Porque es necesaria la armonía de los tres ámbitos. Sin embargo, no vemos desde qué otro lugar diferente a la filosofía, pensemos de ella lo que pensemos, podemos avisar de la existencia del tercer ámbito. Siempre que la filosofía se haga carne en las vivencias de quien enseña. O que la carne se haya hecho filosofía.

Educar, pues, para la filosofía, es hacerlo para armonizar el ser humano y hacerlo creador. No importa seamos caos si logramos, por algún don desconocido, generar estrellas de sabiduría y de amor, en los corazones y mentes de la juventud. Dejemos las técnicas, necesarias, para otros. Nuestra labor es diferente. Nuestro destino es iluminar paisajes que desconocemos todavía más que lo que los desconocen aquellas almas a las que pretendemos enseñar. Acaso, como en el verso de Rilke, ser “rosa, contradicción pura, placer de no ser sueño de nadie entre tantos párpados”. Si eso es así, gracias Juan Ramón, “no la toques más que así es la rosa”.

domingo, abril 02, 2006

El mundo de las ideas

Cuando Platón creó el mundo de las ideas inauguró, en un suspiro, la filosofía. El deseo de saber. Una aspiración erótica hacia la posesión de ideas bellas, verdaderas, buenas. Una pasión que ha recorrido la historia de occidente logrando cotas increíbles de libertad y progreso junto a errores infames. Una forma de vida inédita en que la dignidad personal -es decir, la conciencia de que cada persona es un fin en sí misma- hizo su aparición en el planeta azul que nos acoge. Un camino tan absorvente que, en ocasiones, ha olvidado su origen erótico y su función liberadora. Una estancia, no obstante sus errores y olvidos, irrenunciable para quien desee libertad, verdad, bondad, belleza, justicia y felicidad.

Contra el relativismo: agradecido a Ayaan Hirsi Ali

Uno esos errores infames del filosofar es precisamente el relativismo. A pesar de que una de las razones de la fundación de la filosofía platónica fue precisamente la lucha contra el relativismo sofista -contra la idea de Protágoras de que "el hombre es la medida de todas las cosas"-, un falso complejo de culpa, unido a un mal entendimiento de la democracia, ha hecho de Occidente el único hogar del relativismo. Asustado por el desprecio antiguo de toda cultura diferente, inseguro ante el camino de su civilización, temeroso de ser identificado con dogmatismos religiosos (ya sólo el Papa parece luchar contra esta lacra intelectual), el pensamiento considerado progresista en nuestro ámbito ha terminado por renunciar a cualquier pretensión de verdad. Incluso a los logros más irrenunciables. Esos logros de libertad y conciencia individuales tan duramente conseguidos a lo largo de los siglos.

La culpabilidad mal entendida -una cosa es lamentar los excesos pasados, otra no reconocer las propias conquistas-, la inseguridad llevada a límites inaceptables -un asunto es reconocer la falibilidad de nuestros pensamientos y otra muy diferente considerarlos todos falsos-, la democracia entendida como igualadora de cualquier opinión, han sido causas, entre otras, de la pérdida de cualquier criterio de verdad, de belleza o de moral. Centrémonos en este último. Ya sabemos que criterio significa la razón por la cual, en este caso, decimos que algo es bueno, justo, deseable. Razón que, como la filosofía siempre ha buscado, debe ser universal.

Ayaan Hirsi Alí con su reciente libro “yo acuso” creo que ha venido en ayuda de quienes defendemos ciertas verdades básicas e irrenunciables. No nos referimos a posibles y válidos relativismos estéticos sino a lo más fundamental y esencial del ser humano, aquello que sin lo cual nada de humano podemos encontrar. Sin entrar ahora en debates evolucionistas, no parece que podamos dudar de que sean la conciencia y la libertad las cualidades que nos dan humanidad. De donde, nuestro criterio de moralidad regalará con el calificativo de tal a toda conducta que potencie ambas cualidades. En negativo, los peores crímenes contra la humanidad serán los que atenten contra el desarrollo intelectual y libertario de los seres humanos.

En esto tiene razón Ayaan, en que no podemos, postulando la igualdad de culturas, dar el mismo valor a las culturas que defienden conciencia y libertad para todos sus componentes que a las que se las niegan a todas sus mujeres. Sigue siendo cierta la idea de Fourier: una sociedad es tan libre como lo sean sus mujeres. No supone esto un intento de imponer valores basados en etnocentrismos sin fundamento, sino en la acción moral desnuda, esa que consiste en acrecentar la masa de libertad y de conciencia, también de felicidad y justicia, por supuesto, de la humanidad.