Tiempos de excesivo fútbol. Últimos partidos de la liga, finales de europeas, mundiales a la vista. Pensemos más allá del bien y del mal, no criticando, no alabando, solo intentando comprender. Ese es el premio –maravilla de maravillas- del filósofo. Más allá, por tanto, de la crítica opiácea o de la aceptación más o menos graciosa del intelectual reconvertido en humano. Tal vez más acá. Es el asombro ante la esfera, la atracción invencible del círculo, la ligereza de pelotas y balones, los ideales matemáticos, la astronomía soñada. Son filosofías antiguas de antes de la filosofía, mitos donde diosas incubaban huevos redondos. Son ciencias modernísimas que hablan de un universo esférico, psicólogos que ven en esta forma el vientre deseado de la madre y de la esposa, el lugar de la vida masculina, también curvo y redondo. Son deportes antiquísimos y variados, juegos exóticos e inventados, diversidad infinita de movimientos, soporte de máquinas de velocidad, una, dos tres o cuatro, a veces más, ruedas esféricas. Esfera, imán increíble para niños en la plaza, para adolescentes en la cancha, para menos jóvenes en pantallas, maduros y viejos ante ellas. Mujeres que desean poseer curvas –ser imanes- pero odian movimientos masculinos, mujeres que imitan los deportes relatados, con raquetas, con pies, manos y cabezas. Esferas, mil esferas, infinitas esferas, la música de las esferas, la atracción de la curva, el intento de volver al paraíso anterior a esta nuestra irracional razón que nos domina.
Aquí es el fútbol, el béisbol e allí u otro asunto como la mano entre los vascos y las palas. Siempre el cromlech – circular, esférico- de Oteiza, la nada, el todo, el refugio, el ser, el sueño, la esperanza. Triunfos diferentes, sí, mas en nuestro superficial mundo es el balón jugado con los pies –excepcionalmente con cabeza y manos- quien triunfa. El gran imán de las masas masculinas compitiendo con sentimientos de cotillas –de esto hablaremos otro día-, generando papeles de millones, pantallas sin descanso, discusiones infinitas, luchas y amistades, identidades políticas, amores y violencias. Generadno críticas de abusos y manipulaciones, aceptaciones a medias con sonrisas, incredulidad ante la potencia increíble de esa esfera recorriendo paradisíacas praderas de verdor, deseada por jóvenes atletas, símbolo , casi más que el viejo verso del poeta, de tanto alrededor.
Pero fuerza cierta. Intentos miles de explicación: atracción de la madre simbolizada en el portero, religión más verdadera que ninguna, recuerdo del origen infinito del big bang, de la idea platónico-pitagórica, de los astrónomos renacentistas, intuición de ciencias de hoy, sustituto de la guerra y de la política, trabajos de compañeros y de equipos contra la soledad, identificación con el héroe, con el grupo, con la peña, con la tribu, única escapada de la soledad para los raros, polichinela para el crítico progre intelectual, camino increíble hacia el origen y el final, señal anterior al ser, llamada del misterio.
Algo muy profundo debe anidar en la pelota para tanto éxito y lucro, tan profundo como lo que ignoramos de nosotros. Tal vez solo debamos criticar el adocenamiento y la falta de pensamiento pero no su ser, que parece necesario, que se siente que las semanas sin fútbol serían tanta catástrofe como los viejos domingos sin sus misas. Ciertamente más, que las misas casi se fueron y no generaron las protestas que hubo cuando se creyó que el pago de la tele acabaría con la posibilidad gratuita de su gozo. Sólo queda una esperanza de comprensión en el privilegiado lugar del portero, cancerbero, guardameta, privilegio de la contemplación que no olvida los hechos, privilegio del tiempo para la reflexión, posesión de la vista panorámica, soledad, la clave última del posible sentido de este fútbol que no cesa. ¡Lástima que la sociedad no lo vea así, lástima que, otra vez, se vaya el dinero a los lugares de la inconsciencia violenta, lástima que no llegue nunca el tiempo de admirar a la conciencia!