jueves, mayo 04, 2006

Cumpleaños


Hoy, ayer ya, mi hijo ha cumplido cinco años. Buena ocasión para reflexionar sobre el azar y la necesidad que lo hicieron posible. Ha habido infinidad de ocasiones en la que he intentado encontrar una razón coherente, en las gentes que hemos sido padres o madres, para serlo. Las respuestas conseguidas en aleatorias entrevistas no superan los “me gustan los niños”, “me apetece tener un hijo o una hija”, "la edad parece que nos obliga al deseo”, todavía “lo más bonito del mundo es el ser madre” o “una pareja sin hijos acaba en el aburrimiento”, sin olvidar la nueva versión de “los hijos que dios me de” traducida a“los que me regale el error, el olvido o la ignorancia”: Giovanni Sartori calculaba en más de dos mil millones los niños engendrados en el mundo sin deseo de tenerlos. También, todavía, las razones egoístas que, aunque nadie ignora ya la falsedad de esas expectativas, se sigue oyendo: “serán una ayuda en la vejez” y utopías semejantes. Pues ¿acaso no es más cierta la soledad de los matrimonios cuando los hijos abandonan, como se dice, el nido? ¿Acaso no sabemos de cómo esa descendencia de la que esperábamos cariños y cuidados harán lo posible para quedarse con nuestros pocos o muchos bienes dejándonos en esas antesalas de la muerte en que consisten los asilos? ¿No sabemos que todavía hay imbéciles que dicen eso de que no han pedido nacer y, por tanto, deben ser cuidados sin trabajos personales? Quedan los responsables que ven en ello la manera de mantener la sociedad; no faltan, asimismo todavía, quienes “engendran hijos para el cielo”, aun siendo más cierto que los crean para ser pasto de la voracidad de las empresas. ¿Citamos, finalmente, a los más cultos, que hablan de nuestro ser vehículo de los genes egoístas que nos engañan de mil maneras para reproducirse lo más eternamente que puedan?

Nada nuevo, nada interesante, nada que pueda hacernos sentir orgullo en nuestra calidad de padres. Por eso intenté darle la vuelta al argumento de los imbéciles y pensar que sí, que eran los hijos quienes pedían nacer, un intento que me hizo pasar por loco ante los pocos amigos a los que contaba mis osadas especulaciones. Nadie me creía que, hace unos meses, este hijo mío que hoy, ayer ya, ha cumplido cinco años, me dijo que, antes de nacer, vivía en un planea y estuvo buscando los mejore padres, que somos, por supuesto, su madre y yo, en otros planetas diferentes: creo recordar que a mí me encontró en Marte, en Venus, lógico, a su madre. ¡Increíble! Ni que hubiera conocido las ideas de Pitágoras. Su ocurrencia me hizo recordar el valor del mito. Ese valor tan despreciado incluso en quienes los aman más allá de todas las cosas en las lecturas de novelas. ¿Acaso no buscan en ellas símbolos, arquetipos si queremos, que nos ayuden a conocer mejor nuestra condición humana?

Me quedé, pues, con Platón. Ese filósofo, gran creador de mitos, que nos contó en su Fedro, cómo las almas que vivían, antes de su nacimiento humano, en el mundo de las ideas perfectas, eran castigadas a vivir en un cuerpo humano para expiar las culpas cometidas en aquella vida paradisíaca. Que nos contó cómo las almas podían elegir padres según la gravedad de la culpa, siendo los, digamos, pecadores veniales los que primero podrían elegir. Cómo esos primeros elegían sin dudar no un político, no una persona adinerada, no una famosa, sino alguien que fuera amante de la belleza, de la sabiduría y del amor, caracteres estos últimos que siempre han sido los que han definido mi devenir. Al releerlo, gracias a la obra de otro pensador italiano, también llamado Giovanni, pero este apellidado Reale, que no Sartori, encontré, por fin, una razón poderosa para llenar de orgullo mi paternidad.

Ríanse quienes lean, piensen que he caído, sigamos platonizando, en las cavernas más profundas de la locura, opinen lo que deseen, vaguen por los tópicos, descansen en la prosaica ciencia, ríanse, que no hay mayor regalo que la alegría aunque el pórtico de esa risa no sea precisamente el de la más cierta que no yo sólo siento en mi interior. Que también a su madre, mi esposa, se le escapó del alma, cuando lo tuvo, decir que ella era alegría y nada más. Sólo eso, alegría. Alegría de ser, alegría de crear, alegría de ser elegida por belleza y por amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido padre,

Me ha parecido muy interesante su reflexión (o la de Platón) sobre cómo el alma de un hijo elije los padres que le educarán y criarán cuando sea humano según sus culpas en ese mundo de almas. No obstante, no dejo de darle vueltas ¿acaso los niños que nacen en un ambiente de pobreza absoluta, guerras, drogadicción, con padres pederastas, maltratadores.... han sido tan malos en ese mundo que se lo merecen?, lo siento pero me niego a pensar una crueldad tal, o una escusa tan barata para los impresentables de los agresores.
Tal vez simplemente no halla comprendido bien el texto, porque a mi humilde entender es muy bonito sentirse elejido por un hijo y pensar que uno mismo es el ideal para llevarlo por el camino de la vida, pero es muy triste pensar que otro hijo ha tenido que elejir una familia horrible que conlleva una vida horrible porque se lo merecía.

Enhorabuena por sus reflexiones, y gracias por hacernos pensar en algo más que en ¿qué pondré mañana para comer? o ¿qué pasará en el próximo capítulo de la telenovela?...

Un Saludo especial a su esposa e hijo, que a la legua se ve, son especiales.

Anónimo dijo...

Muy bien, José Ramón. Este blog merece la pena. Sólo hace falta ser más regular en la publicación, porque tienes muchas cosas que decir y oficio de sobra para hacerlo.