miércoles, mayo 10, 2006

Fútbol, balones, porteros y conciencias


Tiempos de excesivo fútbol. Últimos partidos de la liga, finales de europeas, mundiales a la vista. Pensemos más allá del bien y del mal, no criticando, no alabando, solo intentando comprender. Ese es el premio –maravilla de maravillas- del filósofo. Más allá, por tanto, de la crítica opiácea o de la aceptación más o menos graciosa del intelectual reconvertido en humano. Tal vez más acá. Es el asombro ante la esfera, la atracción invencible del círculo, la ligereza de pelotas y balones, los ideales matemáticos, la astronomía soñada. Son filosofías antiguas de antes de la filosofía, mitos donde diosas incubaban huevos redondos. Son ciencias modernísimas que hablan de un universo esférico, psicólogos que ven en esta forma el vientre deseado de la madre y de la esposa, el lugar de la vida masculina, también curvo y redondo. Son deportes antiquísimos y variados, juegos exóticos e inventados, diversidad infinita de movimientos, soporte de máquinas de velocidad, una, dos tres o cuatro, a veces más, ruedas esféricas. Esfera, imán increíble para niños en la plaza, para adolescentes en la cancha, para menos jóvenes en pantallas, maduros y viejos ante ellas. Mujeres que desean poseer curvas –ser imanes- pero odian movimientos masculinos, mujeres que imitan los deportes relatados, con raquetas, con pies, manos y cabezas. Esferas, mil esferas, infinitas esferas, la música de las esferas, la atracción de la curva, el intento de volver al paraíso anterior a esta nuestra irracional razón que nos domina.

Aquí es el fútbol, el béisbol e allí u otro asunto como la mano entre los vascos y las palas. Siempre el cromlech – circular, esférico- de Oteiza, la nada, el todo, el refugio, el ser, el sueño, la esperanza. Triunfos diferentes, sí, mas en nuestro superficial mundo es el balón jugado con los pies –excepcionalmente con cabeza y manos- quien triunfa. El gran imán de las masas masculinas compitiendo con sentimientos de cotillas –de esto hablaremos otro día-, generando papeles de millones, pantallas sin descanso, discusiones infinitas, luchas y amistades, identidades políticas, amores y violencias. Generadno críticas de abusos y manipulaciones, aceptaciones a medias con sonrisas, incredulidad ante la potencia increíble de esa esfera recorriendo paradisíacas praderas de verdor, deseada por jóvenes atletas, símbolo , casi más que el viejo verso del poeta, de tanto alrededor.

Pero fuerza cierta. Intentos miles de explicación: atracción de la madre simbolizada en el portero, religión más verdadera que ninguna, recuerdo del origen infinito del big bang, de la idea platónico-pitagórica, de los astrónomos renacentistas, intuición de ciencias de hoy, sustituto de la guerra y de la política, trabajos de compañeros y de equipos contra la soledad, identificación con el héroe, con el grupo, con la peña, con la tribu, única escapada de la soledad para los raros, polichinela para el crítico progre intelectual, camino increíble hacia el origen y el final, señal anterior al ser, llamada del misterio.

Algo muy profundo debe anidar en la pelota para tanto éxito y lucro, tan profundo como lo que ignoramos de nosotros. Tal vez solo debamos criticar el adocenamiento y la falta de pensamiento pero no su ser, que parece necesario, que se siente que las semanas sin fútbol serían tanta catástrofe como los viejos domingos sin sus misas. Ciertamente más, que las misas casi se fueron y no generaron las protestas que hubo cuando se creyó que el pago de la tele acabaría con la posibilidad gratuita de su gozo. Sólo queda una esperanza de comprensión en el privilegiado lugar del portero, cancerbero, guardameta, privilegio de la contemplación que no olvida los hechos, privilegio del tiempo para la reflexión, posesión de la vista panorámica, soledad, la clave última del posible sentido de este fútbol que no cesa. ¡Lástima que la sociedad no lo vea así, lástima que, otra vez, se vaya el dinero a los lugares de la inconsciencia violenta, lástima que no llegue nunca el tiempo de admirar a la conciencia!

jueves, mayo 04, 2006

Cumpleaños


Hoy, ayer ya, mi hijo ha cumplido cinco años. Buena ocasión para reflexionar sobre el azar y la necesidad que lo hicieron posible. Ha habido infinidad de ocasiones en la que he intentado encontrar una razón coherente, en las gentes que hemos sido padres o madres, para serlo. Las respuestas conseguidas en aleatorias entrevistas no superan los “me gustan los niños”, “me apetece tener un hijo o una hija”, "la edad parece que nos obliga al deseo”, todavía “lo más bonito del mundo es el ser madre” o “una pareja sin hijos acaba en el aburrimiento”, sin olvidar la nueva versión de “los hijos que dios me de” traducida a“los que me regale el error, el olvido o la ignorancia”: Giovanni Sartori calculaba en más de dos mil millones los niños engendrados en el mundo sin deseo de tenerlos. También, todavía, las razones egoístas que, aunque nadie ignora ya la falsedad de esas expectativas, se sigue oyendo: “serán una ayuda en la vejez” y utopías semejantes. Pues ¿acaso no es más cierta la soledad de los matrimonios cuando los hijos abandonan, como se dice, el nido? ¿Acaso no sabemos de cómo esa descendencia de la que esperábamos cariños y cuidados harán lo posible para quedarse con nuestros pocos o muchos bienes dejándonos en esas antesalas de la muerte en que consisten los asilos? ¿No sabemos que todavía hay imbéciles que dicen eso de que no han pedido nacer y, por tanto, deben ser cuidados sin trabajos personales? Quedan los responsables que ven en ello la manera de mantener la sociedad; no faltan, asimismo todavía, quienes “engendran hijos para el cielo”, aun siendo más cierto que los crean para ser pasto de la voracidad de las empresas. ¿Citamos, finalmente, a los más cultos, que hablan de nuestro ser vehículo de los genes egoístas que nos engañan de mil maneras para reproducirse lo más eternamente que puedan?

Nada nuevo, nada interesante, nada que pueda hacernos sentir orgullo en nuestra calidad de padres. Por eso intenté darle la vuelta al argumento de los imbéciles y pensar que sí, que eran los hijos quienes pedían nacer, un intento que me hizo pasar por loco ante los pocos amigos a los que contaba mis osadas especulaciones. Nadie me creía que, hace unos meses, este hijo mío que hoy, ayer ya, ha cumplido cinco años, me dijo que, antes de nacer, vivía en un planea y estuvo buscando los mejore padres, que somos, por supuesto, su madre y yo, en otros planetas diferentes: creo recordar que a mí me encontró en Marte, en Venus, lógico, a su madre. ¡Increíble! Ni que hubiera conocido las ideas de Pitágoras. Su ocurrencia me hizo recordar el valor del mito. Ese valor tan despreciado incluso en quienes los aman más allá de todas las cosas en las lecturas de novelas. ¿Acaso no buscan en ellas símbolos, arquetipos si queremos, que nos ayuden a conocer mejor nuestra condición humana?

Me quedé, pues, con Platón. Ese filósofo, gran creador de mitos, que nos contó en su Fedro, cómo las almas que vivían, antes de su nacimiento humano, en el mundo de las ideas perfectas, eran castigadas a vivir en un cuerpo humano para expiar las culpas cometidas en aquella vida paradisíaca. Que nos contó cómo las almas podían elegir padres según la gravedad de la culpa, siendo los, digamos, pecadores veniales los que primero podrían elegir. Cómo esos primeros elegían sin dudar no un político, no una persona adinerada, no una famosa, sino alguien que fuera amante de la belleza, de la sabiduría y del amor, caracteres estos últimos que siempre han sido los que han definido mi devenir. Al releerlo, gracias a la obra de otro pensador italiano, también llamado Giovanni, pero este apellidado Reale, que no Sartori, encontré, por fin, una razón poderosa para llenar de orgullo mi paternidad.

Ríanse quienes lean, piensen que he caído, sigamos platonizando, en las cavernas más profundas de la locura, opinen lo que deseen, vaguen por los tópicos, descansen en la prosaica ciencia, ríanse, que no hay mayor regalo que la alegría aunque el pórtico de esa risa no sea precisamente el de la más cierta que no yo sólo siento en mi interior. Que también a su madre, mi esposa, se le escapó del alma, cuando lo tuvo, decir que ella era alegría y nada más. Sólo eso, alegría. Alegría de ser, alegría de crear, alegría de ser elegida por belleza y por amor.