jueves, junio 29, 2006

Eskubi y San Fermín

Siempre habrá alguien que nos sorprenda antes de las inigualables, incomparables eta abar, fiestas de San Fermín. Resulta que, tras mil trabas, desencuentros y polémicas, al fin se sabía ya quién iba a lanzar el cohete con el que la fiesta, eso dicen, estalla. Ya que ni el Osasuna había ganado la liga ni teníamos otro Indurain que apartara la política de las fiestas, la suerte recayó, según orden y lista, en el concejal de Aralar, Javier –uno más en esta fiesta de la originalidad en que consisten los nombres propios navarros- Eskubi.

Acaso para contrarrestar la falta de originalidad de su nombre propio, a nuestro ilustre concejal no se le ha ocurrido otra idea sino la de cambiar por un “vivan la fiestas de San Fermín” el tradicionalísimo grito de inicio de las fiestas, el célebre ¡Viva san Fermín!, unido al más reciente ¡Gora San Fermín! Un grito mucho más antiguo, mal que a algunos pese, que el uniforme blanco y rojo con el que los navarros y navarras (que no se nos olvide la corrección política), añorantes tal vez de los uniformes de seminarios y colegios religiosos donde, más o menos, se educaron, muestran su originalidad, la anarquía y diferencia de la fiesta. Será que la humanidad no ama tanto la libertad como se dice sino, más bien, la manada y el grupo.

Resulta que, según dicen algunas voces que dijo, nuestro concejal es agnóstico y, por tanto, no cree en San Fermín. La verdad es que se me escapa la relación que pueda haber entre ser agnóstico y creer o no creer, toda vez que tal palabra sólo significa ignorancia: del griego a (no) y gnosis (conocimiento). Si nuestro concejal afirma desconocerlo todo acerca de este tema, ¿qué problema tendrá para decir “viva San Fermín” o “vivan las fiestas de san Fermín”? Independientemente de que el significado de ambas expresiones no varía demasiado, puesto que si las fiestas son de san Fermín, no parece sino que se esté afirmando de otro modo la importancia esencial del santo para la existencia de las fiestas.

¡Cómo se va domesticando nuestra izquierda! Hace doscientos años, ningún izquierdista hubiera sido tan tibio como para declararse agnóstico sino que hubiera sido decididamente anticlerical y ateo. De modo que sí tendrían sentido las negativas a asistir a procesiones, dar vivas a los santos o besar el anillo del Obispo. Por el contrario, ¿esta izquierda light, que bebe cerveza sin alcohol, descafeinado con leche desnatada y coca cola sin coca, va más allá de un intento de provocación absurdo y de un querer salvar lo “políticamente correcto” de los ideales que un día tuvo su formación?

Sin olvidar que toda fiesta, según dicen los antropólogos y estudiosos de las religiones, tiene un origen religioso, sin el cual pierden todo su significado y se convierten en meros regresos a la animalidad. En efecto, algunas teorías afirman que la fiesta suponía un momento de liberación, un oasis en la dura vida cotidiana, un momento donde ser rompían los tabús y represiones para, después, tras las penitencias rituales, volver con renovadas fuerzas a la vida del trabajo y a la ley. Las actuales fiestas laicas –como las de aquellos que pretenden fiestas paralelas a comuniones, bautizos o confirmaciones- sólo constituyen una añoranza de momentos en que la vida tenía sentido. Acaso fuera falso pero lo tenía.

No extraña así que nuestra fiesta se haya convertido en un retroceso a la más brutal animalidad. Privada de todo sentido, incluso de la liberación de lo cotidiano, que se realiza cada fin de semana o en las miles de fiestas (siempre dedicadas a vírgenes y santos) de nuestra geografía, todo es gamberrada, suciedad, droga absurda, vino sin control, muerte sin sentido (ni siquiera podemos encontrar en los toros el más mínimo vestigio de la fuertes mitologías antiguas donde el toro tenía su lugar), vergüenza posiblemente para el santo patrono si este, por un casual que nunca debería sorprender al agnóstico, existiera y asistiera con su capote a los mozos, divinos y humanos, que se aventuran por las peligrosas calles al amanecer.

Brinde, pues nuestro concejal, con el canto de siempre, con su nombre de siempre, déjese de provocaciones absurdas en momentos que no convienen e incluso recuerde aquél viejísimo consejo de nuestro maestro Platón cuando exigía a los gobernantes sabiduría (lo contrario del agnosticismo) y, por tanto, justicia, bondad, generosidad. Que incluso hay sospechas de que esta descafeinada izquierda se desliza, a veces, hacia lugares de injusticia, injusticia que es producto, sigue el filósofo, precisamente de la ignorancia Dado que otro filósofo todavía más viejo decía que sólo quien no espera hallará lo inesperado, brindemos, por si acaso, por San Fermín.

miércoles, junio 28, 2006

La muerte y sus angustias



No parece que esta vida se precisamente un camino de alegrías. Hace ya un año murió un muy querido tío mío dejando a su esposa en la soledad más absoluta, toda vez que sus hijos, ya mayores, obviamente tenían su vida y apenas tiempo para la visita y el cuidado. Hoy es el día en que mi muy querida tía sigue en su soledad y tristeza. Sin los placeres ni siquiera los problemas que el amor podía depararle en su cada vez más cercana vejez. Por ello intento una reflexión sobre la muerte que también Platón, nuestra referencia, nos dejó dicho que la filosofía era una reflexión acerca de la muerte.

Intento imaginar aquellos lejanos tiempos y lugares en que alguien de nuestra especie comprobó cómo alguno de sus congéneres, esposa, hijo, compañera, enemigo u animal, dejaba de moverse para siempre. Cuando alguien sintió por primera vez la aguja del dolor corroyendo cuerpo y mente. Intento adentrarme en su sorpresa, en su angustia e incomprensión y, a pesar de todo, apenas encuentro algo diferente a los sentimientos que podemos encontrar en nuestras mentes o en nuestro rededor: sólo hemos añadido los discursos inventados para escapar de tan horrenda realidad.

¿Pues qué? ¿Acaso sentimos otra cosa que rechazo e incomprensión? Rechazo del dolor, de cualquier dolor, de la muerte tanto rechazo que hemos terminado por esconderla en los sótanos más recónditos de la sociedad. ¿Los relatos? Parece que todos ellos se limitan a negar la realidad de la muerte, bien sea como las religiones prometiendo otras vidas –más verdaderas incluso- que la sabida, bien las filosofías prácticas que, siendo modelo Epicuro, muestran cómo la muerte no existe para los vivos ni los muertos son capaces de sentirla. No así la del dolor que aparece como pasaje necesario para la eternidad en las diversas religiones o como algo a evitar del modo que sea entre las filosofías del placer. ¿Hoy? Todas conviven, siendo la ciencia un convidado de piedra que nada tiene que decir. Con sólo veinticuatro años una poetisa española, Carmen Jodra, ha resumido perfectamente estas variantes en su poema “y dijo la Biblia…” de su libro “las moras agraces”:

“Y dijo la Biblia:
“El hombre es un ser creado por Dios
a su imagen y semejanza
con un alma inmortal que es el aliento
que el Creador le insufló”
Y dijeron todos:
“No nos lo creemos”.

Y dijo el poeta:
“El hombre es un ser extraño,
con penas y alegrías incontables,
con grandezas y miserias y deseos
que él mismo no comprende”
Y dijeron todos:
“Es verdad, pero bueno,
qué le vamos a hacer,
no merece la pena preocuparse”.

Y dijo la ciencia:
“El hombre es un ser vivo
porque nace, crece, se alimenta,
se reproduce y muere,
y pertenece al reino animal,
metazoos superiores, tipo vertebrados,
clase mamíferos”.
Y dijeron todos:
“Sin duda. Tiene razón”.
Y así nació Occidente.”

Queda, como siempre, Platón: “Acerca de esos temas hay que lograr una de estas cosas: o aprender (de otro) cómo son, o descubrirlos, o, si eso resulta imposible, tomando la explicación mejor y más difícil de refutar de entre las humanas, em­barcarse en ella como sobre una balsa para surcar navegando la existencia, si es que uno no puede hacer la trave­sía de manera más estable y menos arriesgada sobre un vehículo más seguro, o con una revelación divina.”

¿Qué de nuevo podrá añadir a todo un filósofo de hoy? Como casi todo: nuevas versiones de lo mismo. Pues, admitiendo muerte, sólo queda vivir la vida dignamente y con dignidad morir. No admitiéndola, refugiarse en la creencia del lugar y apostar por ella. Sólo puede añadirse la duda. ¿Merece la pena pensar más? Fin o eternidad: no hay más dilema. Con seguridad, sólo queda la vida. Mientras queda.

martes, junio 27, 2006

Canciones de amor, canciones políticas


Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo
Bainan horrela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik…
txoria nuen maite

A quienes no podemos sentirnos nacionalistas, al menos más allá del típico amor al lugar donde nacimos o vivimos, y no sólo porque –glosando al gran Groucho- no podemos pertenecer a una nación que admita a sujetos como nosotros, nos suceden, ciertamente, desiertos pero también asuntos de lo más curioso. Uno de ellos se refiere a la hermosísima canción arriba citada –cantada por Mikel Laboa- que tantas veces, en nuestra juventud, cantamos y coreamos.

En mi ya larga y compleja vida amorosa fue, en muchas ocasiones, la única copla, el único poema, que me explicaba algunas de estas aventuras. Sobre todo aquellas que surgían del azar –en el fondo, como todas- y me sentía deseado y querido por mis ansias de libertad. Era, tras los primeros fuegos amorosos, cuando las cosas dejaban ya de ser libres y felices, cuando ellas pretendían compromisos, seguridades, noviazgos, tal vez incluso matrimonios, era entonces cuando sólo esa canción podía iluminar el complejo mundo de sentimientos en que me había sumergido. Atraía, sí, mi libertad, mi capacidad de pensar más allá de tópicos y apariencias, pero cuando el amor se prendía de tal vida libertaria, este sólo deseaba cortar alas, cerrar jaulas, encerrar para siempre la libertad amada. ¿Se necesita más para entender el seguro fracaso de aquellos amores? Porque, efectivamente, encerrado ya, se perdía todo el encanto, con las alas cortadas no podía escapar pero, evidentemente, ya no era yo, ya no era aquél que era amado.

No era asunto diferente cuando sucedía al revés. Enamorarse de una mujer, bella, joven, libre como una mariposa, no prometía sino finales de desastre. Por el deseo de poseer en que consiste el amor –no dejaremos de platonizar en este blog de ideas, esos seres descubiertos por el genial filósofo-, ese deseo imposible (permítaseme no olvidarme tampoco de los geniales análisis de de Sartre), no puede acabar sino en cortar alas, cerrar jaulas, encerrar para siempre la libertad amada. Un futuro, por tanto, de fracaso. Porque, también desde este lado del espejo, encerrada ella, perdía el encanto, con las alas cortadas no podía escapar pero, evidentemente, ya no era ella, ya no era aquella que era amada.

Será por eso aquél grito ya viejo de Agustín García Calvo, cuando maldecía a quien “amores sin sentido quisiera reducirlos al matrimonio y al orden”. Será por eso que Nietzsche – ¿si Lou Andreas Salomé, en lugar de seguir volando para ser eternamente deseable, hubiera aceptado su amor, tendríamos el Nietzsche que tenemos? - calificaba al filósofo casado como un comediante, un farsante, en quien la libertad estaría coartada por las cadenas de su jaula. ¿Un filósofo sin libertad’? ¿Un amor si libertad?

No parece, no obstante, que el asunto pueda tener remedio mientras seamos tan débiles, mientras necesitemos ser dioses, o diosas, para alguien, mientras no sepamos vivir en la inseguridad esencial en que consiste nuestras vidas., mientras no sepamos que la soledad será nuestra única compañera fiel más allá de relámpagos de amor siempre pasajeros. No, parece que estemos preparados para amar pájaros, para querer las mariposas del cielo.

Mas resulta que no, que el bellísimo poema que ha sugerido todas estas reflexiones nada tiene que ver con el amor. Al menos eso he podido entender escuchando alunas conversaciones tanto de nacionalistas como de antinacionalistas. Parece, más bien, que la mayor parte de las gentes que la han cantado durante estos años interpretaban al pájaro como Euskadi, objeto de deseo de España y Francia por sus milenarios valores de libertad y democracia. Unas naciones que, para amarla, debían ponerla literalmente entre rejas, de modo que, una vez más, lo amado conseguido deja de ser lo deseado convirtiéndose en su contario, en lo más odiado.

Será así, tal vez así será. Por lo que a mí respecta, no dejará de constituir una fuente inagotable de reflexión acerca de ese amor que pretendo convertir en sabiduría. Unas palabras que, más allá de estas, logren convencerme de la posibilidad de un amor con alas. Porque, sí, si le cortara las alas sería mío, jamás emprendería el vuelo hacia otros lugares, pero entonces ya no sería pájaro, ya no sería mariposa. Y yo lo que amaba era mariposa, lo que quería era pájaro de libertad. Mas la sabiduría lograda dice que deseamos una mariposa deseosa de descansar su libertad en nuestros brazos sin que sus caricias la estrangulen. Que nuestro pájaro descanse en los brazos de quien nos ama sin que sus caricias nos ahoguen. Nuestra patria, sí, un amor preñado de saber.


lunes, junio 19, 2006

La importancia de leer


Hace tiempo que suelo decir que leer a Platón, incluso a Jenófanes de Colofón, que es más antiguo, supone avanzar ocho mil años respecto al “pensamiento” del lugar donde vivimos. Cosa que no es difícil demostrar ante cualquier idea que los, según Agustín García Calvo, medios de formación de masas presentan como revolucionaria, novedosa, destinada a cambiar la forma de ver el mundo y otras truculencias. Avance mental, por otra parte, que supone también un avance en el modo de vida. No es que crea que la lectura es la panacea de todos los males, pero sí que aumenta la inteligencia para aplicarla a las acciones buenas o para practicar la injusticia. Incluso más. Porque no creo que el intelectualismo moral de Sócrates (quien sabe qué es la bondad no podrá por menos que ser bueno) sea más falso, más bien al contrario, que la teoría cristiana del pecado original que afirma lo contrario, que, incluso sabiendo dónde está el bien, acabamos por bucear en la injusticia.

Tanto es así que, quienes vivimos todo el tiempo de nuestra formación cuando todavía no había muerto ni Franco, ni siquiera Escrivá de Balaguer, no podríamos menos que ser españolistas radicales, machistas, cristianos fundamentalistas, autoritarios, racistas y todas esas posturas que hoy día vivimos como impresentables. Sin embargo no es así en muchos de nosotros. Más todavía, son gentes de esta generación las que, en aquellos años, defendían los valores exactamente contrarios a los citados, los que hoy parece vigentes desde siempre. Pues en los primeros años setenta del pasado siglo existían separatistas, ateos anticlericales, demócratas, comunistas, internacionalistas y demás.

¿Cómo es posible que, ahora, cuando hablamos con jóvenes cuyos padres -antes así se decía y sólo en los mítines o conferencias no se olvidaba lo de “señoras y señores”- vivieron en aquellos años, al contarles cómo vivíamos y pensábamos en nuestra juventud, nos suelen contestar que debíamos haber vivido en ciudades diferentes? Pero así debe ser, como comprobamos cuando nos da por consultar las estadísticas que nos hablan de aquellos años. El pasado fin de semana, por ejemplo, se hablaba que las mujeres hace treinta años eran casi todas amas de casa. Curioso, pensé, en una época en que todas las mujeres que conocía –eso que vivía en una familia obrera donde la cultura no era precisamente la gloria de la misma-o bien trabajaban en empresas o estudiaban sus carreras. De todos modos, gracias a al estadística, comprendí lo que entonces no entendía, que una joven me dijera que no le interesaba para novio porque era demasiado feminista. Debía ser extraño, sí, que buscara una mujer inteligente e independiente, con su vida económica satisfecha, de manera que si me amara lo hiciera libremente. Debía ser extraño, sí, pensar que, si un hombre es adúltero, también tenía derecho ella a serlo. Entre muchos otros asuntos que ahora se creen tan modernos.

No me costó mucho encontrar las causas de tales diferencias de tal vida avanzada en momentos de penuria. Porque era algo tan sencillo como el hecho de leer. No importaba qué tipo de libros se leyeran, porque la lectura, de por sí –más en aquellos tiempos en que se leían libros de gran interés y progreso por la única razón de estar prohibidos- nos hacía más inteligentes, es decir, más justos y más sabios. Incluso sin salir de lugares aparentemente, en este sentido, impresentables, como pueden ser un seminario o una universidad ultra-católica. Porque basta con leer, como se ha dicho, a un pensador del siglo sexto antes de Cristo, para empezar a pensar en que los dioses eran sólo proyecciones humanas. O a un sofista, de pocos años más tarde, diciendo que la religión era un arma de los poderosos para dominar a las personas. En el aspecto feminista nos bastó con leer la república de Platón –escrito dos mil quinientos años antes de nuestra vida rodeada de machistas-, a los veinte años, para enterarnos de que los hombres y las mujeres pueden realizar los mismos oficios, incluido el gobierno. O al mismo Averroes, el árabe que, en el siglo XI, defendía en Córdoba idénticas teorías. Sin citar a Fourier, mucho más moderno, apenas doscientos años de vida, cuando mostraba que la sociedad sólo es libre si son libres las mujeres. Si añadimos a esto el contacto real con mujeres lectoras e inteligentes, no es extraña nuestra sorpresa ante la pervivencia del maltrato machista (creíamos que eso pasaba en la época de nuestros abuelos que, obviamente, ya no están en esta tierra) o la existencia de miles de mujeres soñando con matrimonios y vidas de las de antes.

Sólo leer, por tanto, nos bastaba para vivir en un mundo menos real del que vivíamos pero más cierto, como muestran las tendencias, según estadísticas que se hacen. Un leer que casi da la razón a un viejo amigo que defendía ser mejor leer que vivir. Ese vivir que muchos identifican con la diversión, la borrachera y los sueños de fornicar. Puesto que poco aprenderemos de una persona “que es muy maja” en sus momentos de diversión etílica. Poco, a no ser la certeza de que lo que se llama diversión es el camino, también nos lo contó Marx, más claro hacia la animalidad. En este aspecto, sí, es mejor leer que vivir. Entre otras razones por que viviremos mejor.

viernes, junio 09, 2006

De primaverales comuniones

Estaba cenando el pasado sábado en una cafetería de barrio cuando apareció un niño de unos ocho años vestido de ¡marinero! Me pareció entrar en el túnel del tiempo, en aquellos años del franquismo católico o del catolicismo franquista, que todo parecía uno, en que los niños hacían la comunión vestidos de marineros los pobres, de ¡almirantes! los más pudientes. ¿Las niñas? Creo que se vestían de novia como símbolo de su unión con el divino esposo. Algo de lógica, lógica religiosa pero lógica, tenía lo de la niñas. Pero sigo sin entender la razón de la vocación marinera de los niños. ¿Sería símbolo de su tener que navegar por la vida para ganar el sustento para ellos y para las novias alejadas de la divinidad de ese día? Sea lo que sea nadie me quitó la impresión de volver a lejanísimos pasados.

Más tarde, al ir a recoger unas fotos, encontré a mi proveedor desesperado porque tenía que pasar el mes de las flores haciendo continuos reportajes de tan importantísima fiesta comunitaria. Incluso, en las pocas alegrías de ocio que me concedo, tuve la suerte de encontrarme con un viejo amigo, tan viejo como que hizo conmigo la primera comunión, nada menos que ¡a los seis años!, para poder coincidir con nuestras hermanas de siete que, ellas sí, habían llegado, como se decía, al uso de razón.

Razones claras de que las cosas existen por muy alejado que uno se encuentre de las mismas. Por mucho que hubiéramos creído que las costumbres, tras tanto cambio post-franquista, habían cambiado. Que, así como los seminarios (perdóneseme le imagen tan gastada que voy a usar, pero es la única que expresa lo que siento ante aquél suceso) se vaciaron del mismo modo que lo hace el agua al abrirse las compuertas de las presas, creímos, ya antes de los ochenta que lo mismo sucedería con los bautizos, comuniones, bodas eclesiásticas, incluso con los funerales.

Ciertamente sabíamos que no era así, que las ceremonias se imponen a la vista sin quererlo, que las familias a veces nos obligan a vivirlas, que las costumbres son sagradas y las tradiciones no se pueden perder, no vaya a ser que se nos caiga, con ellas, nuestra preciada “identidad”. Como sabíamos que la cosa no era lógica, que la mayoría de padres y madres no pisaban una iglesia ni por asomo, mucho menos tenían capacidad para conocer el significado de la ceremonia –no sucede cosa diferente con bautizos y con bodas- que les regalaban a sus marineros y princesas (¿no se entiende que, cuando se vean de mayores en las fotos tengan ganas de cambiar de familia por no haberles prohibido el ridículo de aquél día con las promesas de regalos?), como sentíamos que, al final, no pasaba de ser una excusa para el banquete familiar.

No se crea que son banquetes como el novelado por Platón, no, que intentar una conversación durante los mismos en que aparezca el tema estrella del día, el significado de la comunión para sus vidas, es mucho más que una quimera. ¿Es únicamente, por tanto, la costumbre la única razón del mantenimiento de esas fiestas? ¿O la necesidad de un rito que hable de un nuevo paso en la madurez de la generación que criamos? Acaso seamos sólo los solitarios quienes no podemos entender esas muestras colectivas: porque tampoco entendemos los ruidos de las noches, las fiestas de ciudades y de pueblos, las explosiones de “alegría” de los hinchas, etc. Acaso estos monstruos que, desde la razón detectamos, sean hijos de de una razón que, como en los grabados goyescos, engendra más monstruos que los reales. Y, sin embargo…

viernes, junio 02, 2006

Noche oscura

Desde la desesperanza heraclítea. Sólo veo una salida hacia mayores luces. No es otra que atravesar la noche oscura, esa de la que tanto saben los místicos todos que en el mundo han sido, de la mano de algunos filósofos amigos y otros seres tan extraños. En la seguridad de que el esfuerzo mental mejorará el cuerpo, las ideas ajenas –pero casi propias después de tantos años de convivencia con ellas- abonarán mi conciencia y acaso mañana, de nuevo vuelvan los ríos esperados de palabras. A la noche de cabeza.

En primer lugar existió el caos. Así de claro. Es lo que las Musas, en día de decir la verdad, dijeron al pastor Hesíodo, reconvertido desde entonces en vocero de memoria. Al principio, pues, la nada, la cueva sin paredes, una nada, no obstante, rodeada de deseo y tierra.

Al principio el vacío. Así de escueto. Es lo que la ciencia dice, en épocas de narrar verdad, a quienes escuchamos y nos hacemos desde entonces estudiosos de ciencias extrañas, ciencias del caos, efectos mariposa, orugas de nada corroyendo el cosmos desde electrones que viven.

Prohibido pensar la nada. Así de radical. Es lo que la nueva Diosa que, en camino de verdad, ordenó expandir a Parménides el aviso esférico, una esfera que, de tanto ser, no era en concreto nada, convirtiéndonos en seres bicéfalos llenos de luz deslumbrante en plena oscuridad de ciegos.

El ser y la nada. Miles de letras salieron de la pluma sartreana en los bares latinos de París. Un ser que era todo apariencia, tierra y eros, materia y antimateria, desorden de angustia y luz de vida. Nos mostró así la herida incurable de la contingencia humana a la que ni el amor salva. Sólo la definición existe.

Que el desorden es caos y nada. No se quedó Platón detrás del odiado-osado Demócrito, el primero en aceptar la mezcla de ser y nada, y aceptó la mezcla de perfección y muerte gracias a Timeo. Enseñó a quien le escucha que nada puede ser perfecto en este mundo de la nada.

Dios hizo las cosas de la nada. El espíritu de Dios se cernía sobre la superficie, desordenada, caótica, de las aguas. Así dice nuestra Biblia cuando verdad pretende. De donde surgió todo, incluso la nada o muerte. Pero Dios-ser se hizo nada y muerte para darnos, dicen, esperanza, amor, claridad y vida.

El ser es la nada, como ella es el ser, siendo todo devenir nos dejó zanjado Hegel. Una nada que busca el ser que se hace nada en otro, ser que busca su nada para vivir. Vorágine heraclítea, casi ya olvidada, sueño de la mezcla, claridad de la misma, movimiento sin descanso.

¿Nosotros? Vaivenes desde Hesíodo hasta la ciencia, de Parménides a Sartre, de Platón a la Biblia, de Heráclito a Hegel, del orden al desorden, del caos al cosmos, de la fealdad a la belleza, de lo caótico a lo cosmético, sin descanso, muriendo vidas, viviendo muertes, perdidos en el caos que nos hace, aun soñando sinfonías.

¿Quien escribe? Situado en un cosmos sólo explicable por el efecto mariposa cuando una día ya lejano de sanfermín y fiesta hubo un toro que encontró hueso en lugar de corazón y carne, carne que le expulsó a lugares donde anidaba la belleza, siempre más fuerte que su caos, una belleza empeñada en crear más belleza a pesar de tanta lucha en contra de la nada caótica en que su esencia consistía. Caos, pues, lugar de la creación. Porque sólo desde la nada se crea –filosofar, Schelling obliga, es abandonar la última orilla. Sólo desde el desorden se hace cosmos. Así siempre en devenir desde la caverna hasta la luz fugaz de la montaña.


jueves, junio 01, 2006

Tecnología rota


No parece que, en múltiples ocasiones, valga de mucho hacer planes y ponerse en disposición de trabajo. Sea por el dicho popular que deja los asuntos humanos, y los que no lo son, en manos de la divinidad. Sea por la creencia más antigua, pero no por ello menos citada en todo tiempo, incluido el nuestro, del destino y sus caprichos, sea por azar, por necesidad o por ley desconocida. Sea lo que sea, si al hardware le da por estropearse, todos nuestros planes y disposiciones de trabajo y vida –todo el software- desaparecen en olvido, frustración y caos. En temores inmensos, cuando no en muerte definitiva.

Esta es la única razón del parón de este blog que deseaba ser casi diario. Terminada casi una entrada, la máquina se apagó como por ensalmo. Sin avisar, sin dejar tiempo a que la memoria hiciera su trabajo, destrozando ilusiones nocturnas y esperanzas diurnas. Temiendo la muerte definitiva de la memoria entera acompañando a la muerte del cuerpo que la sostenía. Sólo la suerte de poseer un proveedor casi amigo –ganas me dan de hacerle propaganda- ha logrado rescatar, no las últimas reflexiones no guardas en la memoria a largo plazo, pero sí al menos lo restante. Que no es poco si añadimos la resurrección del equipo que posibilita tales eventos.

La máquina, sí, pero también nuestra memoria, nuestra inteligencia, nuestra conciencia nuestro yo entero, sólo vive en un cuerpo que posibilita tales vivencias. Arreglada ya la tecnología externa, ya se sabe que las desgracias siempre traen compañía, se estropeó de inmediato el cuerpo cuyas manos la hacían operativa. Otro parón que destroza ilusiones nocturnas y esperanzas diurnas. Cierto que soy de los que sienten el cuerpo como una carrocería que, cuando se daña, la llevamos al garaje para su reparación. Cosa a la que la medicina actual ayuda sobremanera con sus múltiples fármacos, prótesis y elementos más complejos. Sólo que los padecimientos del arreglo debemos soportarlos en nuestra conciencia que se siente incapaz de generar ideas, reflexiones y palabras.

Esa conciencia -alma la llaman los creyentes en religiones extrañas- que sentimos como nuestro verdadero ser considerándola imperecedera, aun siendo sólo porque es imposible pensar en nosotros sin ella: pues si ella está, estamos nosotros, si ella desaparece lo mismo ocurre con nosotros. Mas, mientras vive con el cuerpo roto, genera más temores que esperanzas en vidas eternales. Como el hardware roto prometía la pérdida de hora enteras de trabajo, así el cuerpo deteriorado sólo sugiere, ya está dicho, olvido, frustración y caos. Temores inmensos, cuando no muerte definitiva.

¿Esperanzas eternas por no poder pensar un universo sin nosotros? ¿De veras no pode-mos? ¿Acaso no sabemos que, durante cantidades inmensas e inimaginables de tiempo, no hemos convivido conciencia y mundo por la razón obvia de la inexistencia de aquella? ¿No sabemos que, durante el tiempo de los sueños, tampoco existe la conciencia? ¿Porqué, pues, no queremos aceptar que somos un mero e insignificante paréntesis de conciencia y vida? ¿Por qué nos resistimos a aceptar la existencia de milenios y trilenios, cuatrilenios infinitos, sin nosotros? ¿No es sólo esperanza absurda por mucho que las religiones se empeñen en prometernos paraísos imposibles?

Mas también es deseo; ¿cómo soportar una conciencia que jamás sabrá la verdad del todo? Reflexionemos aun siendo desde el caos, desde la nada, desde Heráclito: sólo quien no espera hallará lo inesperado. No esperemos, pues.