Normalmente, suelo leer con bastante agrado los comentarios de televisión de José Javier Esparza. No obstante, el sábado pasado, la crítica que hizo a “Cuéntame” me sorprendió. También a mí, hacía tiempo que me había llegado el hartazgo de la misma –la primera temporada fue agradable por recordar mis tiempos juveniles, dado que el universitario era más o menos de mi edad y condición social- pues todo lo repetitivo cansa. De todos modos las críticas que me inspiraban las pocas veces que lo contemplaba algún momento no eran precisamente las realizadas por José Javier sino casi las contrarias. Lo que me producía lejanía de una familia normal eran las relaciones con el cínico empresario, sus coqueteos con las inmobiliarias y la última ludopatía, cosas muy alejadas de una familia obrera como la que quieren presentar. En absoluto la politización que le parece falsa. ¿De veras conoce alguna época más politizada en nuestra sociedad que las de los años setenta enteros? ¿Esos que comenzaron con el proceso de Burgos y terminaron, si se quiere, con el triunfo del PSOE en el 82?
Aquellos tiempos en que había más de cincuenta partidos políticos, en que las “vietnamitas” echaban humo en los lugares más recónditos, en que los ex - seminaristas, muchos de ellos, se habían hecho marxistas, donde se hacían huelgas en las fábricas, casi hasta porque no llovía y se perdían las cosechas, donde no había familia que no tuviera algún afín en la cárcel o en peligro de entrar en ella, en que, cada tarde, antes de los vinos del casco viejo, se vivían las carreras delante de los grises por razones varias, donde los universitarios hacían reuniones y pasaban los temores típicos de la posible denuncia, en que se leían libros prohibidos –lo estaban casi todos los que tenían interés-, se rompían tabúes sexuales, se debatían el feminismo y las utopías más radicales –tanto que, para muchos, incluso el partido comunista era casi de derechas-, donde se esperaba el fin de Franco como si ello fuera el advenimiento del paraíso.
Así que, si algún hijo o persona joven, me preguntara donde estaba en el 75 o los cinco años anteriores o posteriores, no tendría ninguna vergüenza en contestar. En el 75 justo estaba acabando la carrera –fueron los años en que algunos hijos de obreros, casi todos tras pasar por seminarios varios, comenzaron a acceder a la universidad, muchas veces compaginando el estudio y el trabajo-, llevando una vida que exigía las energías que sólo pueden tenerse en la juventud, dure lo que dure esta, una vida de horas de oficina, de horas de clase, de horas de estudio, de horas de lectura y escritura, de horas de reuniones clandestinas, horas de manifestaciones y conversaciones políticas, vascas y comunistas, horas de juerga y ligue, pocas, evidentemente, horas de sueño.
Un momento en que se derribaban todas las ideas del pasado, en que se asumían muchas de las del 68, donde se vivía la revolución sexual, leíamos feminismos en aquella vieja y pionera revista “Vindicación feminista”, comenzaba el imperio de las drogas, se creía que el poder de la iglesia, de la banca y el ejército iban a terminar pronto, años políticos, sí, en todos los aspectos de la vida, tanto que la carrera preferida por muchos era precisamente la historia por el deseo de encontrar sus mecanismos de cambio.
Etc. ¿Cuál es la verdadera historia de la época? ¿Mi memoria? ¿Su memoria? ¿La de la madre de aquella alumna? ¿Todas? ¿Será cierto que pertenecía a una minoría que pensábamos mayoritaria? Lo único que queda claro es que, así como la belleza era difícil al decir de Sócrates, la memoria es complicada.