miércoles, abril 26, 2006

Viajad, viajad, malditos




Hubo un tiempo en que viajar significaba conocimiento, es decir, peligro. Existieron épocas en que el viaje era libertad, es decir, posibilidad de perder la vida. Tiempos, épocas en que la salvación premiaba con futuro. Viajes para buscar tierras más feraces. Para escapar de condiciones de esclavitud o pobreza. Para encontrar gentes, objetos, tesoros, lugares desconocidos y deseables. Lujos ni siquiera soñados, costumbres diferentes, inventos inesperados, razas diferentes, selvas y animales, plantas y drogas. Hubo un tiempo, sí, en que viajar significaba conocimiento, peligro y libertad.

Siendo eurocentristas, ¡qué remedio si aquí hemos nacido!, sabemos que la filosofía, la única patria posible de libertad, nació, entre otras causas, cuando algunos griegos viajaron y, en lugar de despreciar lo ajeno, poniendo en duda lo propio, abocaron sus almas al más grande de los peligros. Recordamos que un marino equivocado descubrió lugares similares al paraíso donde las promesas de riquezas contrastaban con la miseria de donde procedía. Conocemos un italo que, tras una gran muralla, encontró sedas, pólvora e ideas tan potentes como las que llevaba en su equipaje. Nos contaron relatos de quienes exploraron selvas pobladas por gigantes, por enanos, por gentes que fueron esclavizadas, de otros que se atrevieron con el frío. De muchos que dejaron la seguridad de sus hogares para adentrarse en paisajes de los que desconocían absolutamente todo, muchas veces incluso su existencia. Que hoy mismo hay quien se adentra en la soledad infinita del espacio.

Solían dejarlo todo pues buscaban la novedad y no tenía sentido hacerlo acompañados de la rutina de los días, tanta novedad buscaban que algunos dejaron de viajar al darse cuenta de que nunca podrían hacerlo sin ellos mismos. ¿Cómo lograr, así, un conocimiento sin prejuicios de lo nuevo, cómo si nadie podría viajar sin tales ideas preconcebidas? Parecería, pues, que el placer del viaje habría terminado (excepto para quienes seguían huyendo de pobreza o tiranía) justo en la época en que más fácil parecía ser posible merced a esos grandes inventos que son los coches, los trenes, los barcos, los aviones.

¿Ha sucedido así? No, por cierto. En la era de la rebelión de las masas, hasta un punto que sorprendería al propio Ortega, el viaje se ha convertido en una obligación de la manada. Nadie es nada si no se desplaza en navidades, en semana santa, en cada puente, cada fin de semana, por supuesto en el verano. Un desplazamiento en masa para encontrarse con la misma gente de cada día en peores casas que las dejadas, para conocer lo conocido en la propaganda de las agencias, para encorarse con que lo real no es tan hermosos como el arte de la imagen, para gastar en vano el dinero tan duramente conseguido, para poder decir a las amistades que hemos viajado más lejos que ellos.

Para que la ganancia espiritual se resuma en los comentarios tan sabidos: hemos desconectado del trabajo y la rutina, el tiempo nos ha acompañado, los niños han disfrutado mucho, todo era muy bonito, lo hemos pasado estupendamente, cenamos con una familia que, curiosamente, era de la misma ciudad de donde veníamos, todo muy bien pero estamos cansados de tanto andar, de tanto ver las cosas que hay que ver, lástima de la pesadez del viaje y sus atascos. Fin.

Ganas dan de viajar ya sólo en el tiempo, cosa tan posible como levantarnos, tomar un libro de la estantería y sumergirnos en los pensamientos de quienes viajaron con verdadero afán de conocimiento y nunca encontraron lo ya sabido. ¿Qué más da que se llaman Platón, Herodoto, Buda o Kapucinski? ¿Qué más da si nuestro espíritu crece infinitamente más que con el paseo superficial de un mueso, no digamos ya de la falsedad de un parque temático, con el descanso en una playa que nunca lleva siquiera a reflexionar sobre la grandeza del mar, que con el viaje desesperante del atasco? ¿Qué más da qué libro sea si tenemos casi la completa seguridad de encontrar en él más sabiduría que en cualquier individuo de las masas?

1 comentario:

dijo...

Puede ser que Noel Clarasó tenga razón al afirmar que "Viajar sólo sirve para amar más nuestro rincón natal.". Puede ser, quizá, o también puede ser que el único viaje que necesitamos hacer no lo gestionen en ninguna agencia de viajes. Lo que sí es innegable: Me ha encantado la manera que tiene usted para plasmar sus ideas en este espacio. Sencillamente exquisita.
Saludos!