“El rendimiento de los músculos de un ciudadano, que cumple tranquilamente con sus deberes ordinarios durante toda la jornada, es mayor que el de un atleta que tiene que levantar una vez al día pesos enormes; está fisiológicamente demostrado. Es, pues, lógico que las pequeñas obras cotidianas, en su importe social y en cuanto interesan para esta suma, presten mucha más energía al mundo que las acciones heroicas. Una heroicidad aparece tan diminuta como un grano de arena echado ilusionadamente sobre un monte”.
Estas palabras de Musil en su “el hombre sin atributos” expresan perfectamente una realidad que desarma a los tópicos sin remedio. Pues, desde ella, es difícil admirar a los llamados héroes, esos que prefieren morir en un sólo acto para que su recuerdo (irreal) permanezca para siempre en los libros y monumentos de su pueblo. Mas no como modelo que alguien deseara imitar más allá de las novelas. Sucede lo mismo con los amores románticos que no pueden sino acabar en la muerte, sabiendo como se sabe, que los amores reales son otra cosa diferente y más heroica.
Un acto apenas requiere esfuerzo pero las millones de acciones cotidianas que realizamos para poder sobrevivir son de tal magnitud que, si lo pensáramos, caeríamos agotados de inmediato. Por ejemplo, una mañana conté casi cien movimientos diferentes para preparar un vulgar cola cao para el desayuno de mi hijo. Tras haber realizado muchos más desde el momento en que apagué el despertador: la ducha, el aseo, el maquillaje, la ropa, el desayuno propio y demás. Todo ello sin empezar el trabajo de cada día. Sin contar que luego vendrá la necesidad de cocinar para atender las pesadas funciones biológicas, de limpiar los utensilios usados, de vaciar el vientre, de volver al trabajo o buscar al hijo, corretear de actividad en actividad, acciones similares al comer durante la cena. Etc.
Millones, billones, tal vez, (infinitas me dijo una madre) acciones realizadas durante un solo día. Un día de siete cada semana. Cuatro semanas cada mes. Doce meses cada año. Diez años cada década. Milagro parece que seamos capaces de vivir los años que vivimos. Mundo de héroes anónimos, sin atributos, mundo de acciones apenas valoradas –acaso porque el valorarlas supondría más esfuerzo, un sacar energías de dónde ya no quedan, fuerzas de flaqueza diría el viejo Capitán Trueno de nuestra infancia, esa flaqueza de donde surgen precisamente estas letras que hacen mi noche cada vez más corta- por más esenciales que todos eso heroísmo falsos. Falso además en el mejor de los casos, que en otros son tan calamitosos que destruirán la sociedad en menos de una toma de cola cao.
¿Qué? ¿Daremos todos la vida por la patria? ¿La daremos a la vez que la quitamos a otros que la dan por otras patrias? ¿Cuánto duraría una humanidad de patriotas heroicos? Tal vez hacemos que los admiramos y les ponemos una estatua en nuestras calles para decir que ya hemos cumplido con ellos y dedicarnos a los verdaderos heroísmos que mantienen vidas y no muertes. ¿Moriremos de amor cada vez que una enamorada nos niegue sus favores, como antes se decía? ¿Moriremos asimismo cuando nos los regalen con la excusa de haber vivido ya lo mejor que la vida nos ofrece? No, posiblemente nos dediquemos escribir versos o novelas, a hacer películas o cualquier otro objeto de arte para vivir un amor más sereno generador de vidas que cuidamos sin excesos.
Efectivamente, como supe hace años, cuando a punto estuve de desposarme con la muerte, “vivir es luz fragilísima en lucha constante contra la muerte poderosa”, tan frágil esta fuerza que cada minuto de vida sólo se logra a costa de un esfuerzo sobrehumano. O, acaso no sobrehumano, simplemente “sobreanimal”. Porque no hemos contado los actos de la mente, esa función tan extraña que saca fuerza del agotamiento, esa luz que ilumina de vida la noche de la muerte. Aun sabiendo que la derrota será segura nuestro fin será más merecedor de recuerdo y monumento que quienes, cobardes, se limitaron a negar la fuerza de la vida.
¿Diremos, incluso, que somos las mujeres las que más mereceremos la admiración por nuestra dedicación, casi excesiva, a la vida y sus cuidados? Pensémoslo y, tras ello, descansemos unas horas, que mañana nos esperan infinitos actos de frágil luz para logar otra victoria de amor y vida.
Estas palabras de Musil en su “el hombre sin atributos” expresan perfectamente una realidad que desarma a los tópicos sin remedio. Pues, desde ella, es difícil admirar a los llamados héroes, esos que prefieren morir en un sólo acto para que su recuerdo (irreal) permanezca para siempre en los libros y monumentos de su pueblo. Mas no como modelo que alguien deseara imitar más allá de las novelas. Sucede lo mismo con los amores románticos que no pueden sino acabar en la muerte, sabiendo como se sabe, que los amores reales son otra cosa diferente y más heroica.
Un acto apenas requiere esfuerzo pero las millones de acciones cotidianas que realizamos para poder sobrevivir son de tal magnitud que, si lo pensáramos, caeríamos agotados de inmediato. Por ejemplo, una mañana conté casi cien movimientos diferentes para preparar un vulgar cola cao para el desayuno de mi hijo. Tras haber realizado muchos más desde el momento en que apagué el despertador: la ducha, el aseo, el maquillaje, la ropa, el desayuno propio y demás. Todo ello sin empezar el trabajo de cada día. Sin contar que luego vendrá la necesidad de cocinar para atender las pesadas funciones biológicas, de limpiar los utensilios usados, de vaciar el vientre, de volver al trabajo o buscar al hijo, corretear de actividad en actividad, acciones similares al comer durante la cena. Etc.
Millones, billones, tal vez, (infinitas me dijo una madre) acciones realizadas durante un solo día. Un día de siete cada semana. Cuatro semanas cada mes. Doce meses cada año. Diez años cada década. Milagro parece que seamos capaces de vivir los años que vivimos. Mundo de héroes anónimos, sin atributos, mundo de acciones apenas valoradas –acaso porque el valorarlas supondría más esfuerzo, un sacar energías de dónde ya no quedan, fuerzas de flaqueza diría el viejo Capitán Trueno de nuestra infancia, esa flaqueza de donde surgen precisamente estas letras que hacen mi noche cada vez más corta- por más esenciales que todos eso heroísmo falsos. Falso además en el mejor de los casos, que en otros son tan calamitosos que destruirán la sociedad en menos de una toma de cola cao.
¿Qué? ¿Daremos todos la vida por la patria? ¿La daremos a la vez que la quitamos a otros que la dan por otras patrias? ¿Cuánto duraría una humanidad de patriotas heroicos? Tal vez hacemos que los admiramos y les ponemos una estatua en nuestras calles para decir que ya hemos cumplido con ellos y dedicarnos a los verdaderos heroísmos que mantienen vidas y no muertes. ¿Moriremos de amor cada vez que una enamorada nos niegue sus favores, como antes se decía? ¿Moriremos asimismo cuando nos los regalen con la excusa de haber vivido ya lo mejor que la vida nos ofrece? No, posiblemente nos dediquemos escribir versos o novelas, a hacer películas o cualquier otro objeto de arte para vivir un amor más sereno generador de vidas que cuidamos sin excesos.
Efectivamente, como supe hace años, cuando a punto estuve de desposarme con la muerte, “vivir es luz fragilísima en lucha constante contra la muerte poderosa”, tan frágil esta fuerza que cada minuto de vida sólo se logra a costa de un esfuerzo sobrehumano. O, acaso no sobrehumano, simplemente “sobreanimal”. Porque no hemos contado los actos de la mente, esa función tan extraña que saca fuerza del agotamiento, esa luz que ilumina de vida la noche de la muerte. Aun sabiendo que la derrota será segura nuestro fin será más merecedor de recuerdo y monumento que quienes, cobardes, se limitaron a negar la fuerza de la vida.
¿Diremos, incluso, que somos las mujeres las que más mereceremos la admiración por nuestra dedicación, casi excesiva, a la vida y sus cuidados? Pensémoslo y, tras ello, descansemos unas horas, que mañana nos esperan infinitos actos de frágil luz para logar otra victoria de amor y vida.
1 comentario:
No creo que haya nada de heroico ni de sobrehumano en realizar los actos cotidianos de nuestra vida, es cierto que son un derroche de energia, esfuerzo y preocupaciones,pero estamos preparados para afrontarlos.
Es como dotar de heroismo al proceso de caza del leon, a la construcción de un hormiguero o a tantos otros hechos impresionantes de la naturaleza. Cuando son solo eso, naturales.
Estamos en una sociedad que sobredimensiona la realidad, que sobrevalora la mportancia de nuestras decisiones y sus consecuencias. Y en esa vision deformada se forjan nuestros miedos, frustraciones y desvelos.
Si no estuviesemos preparados para preparar un cola cao, para amar o para vivir es cuando seriamos heroes, de momento creo que solo somos un cúmulo de posibilidades que se levanta cada mañana.
Un saludo.
P.S. Estoy de acurdo contigo con lo de los salvapatrias y los que se dedican a decidir que es lo mejor para los demás. Pero en ningun caso les he considerado heroes.
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