Desde la desesperanza heraclítea. Sólo veo una salida hacia mayores luces. No es otra que atravesar la noche oscura, esa de la que tanto saben los místicos todos que en el mundo han sido, de la mano de algunos filósofos amigos y otros seres tan extraños. En la seguridad de que el esfuerzo mental mejorará el cuerpo, las ideas ajenas –pero casi propias después de tantos años de convivencia con ellas- abonarán mi conciencia y acaso mañana, de nuevo vuelvan los ríos esperados de palabras. A la noche de cabeza.
En primer lugar existió el caos. Así de claro. Es lo que las Musas, en día de decir la verdad, dijeron al pastor Hesíodo, reconvertido desde entonces en vocero de memoria. Al principio, pues, la nada, la cueva sin paredes, una nada, no obstante, rodeada de deseo y tierra.
Al principio el vacío. Así de escueto. Es lo que la ciencia dice, en épocas de narrar verdad, a quienes escuchamos y nos hacemos desde entonces estudiosos de ciencias extrañas, ciencias del caos, efectos mariposa, orugas de nada corroyendo el cosmos desde electrones que viven.
Prohibido pensar la nada. Así de radical. Es lo que la nueva Diosa que, en camino de verdad, ordenó expandir a Parménides el aviso esférico, una esfera que, de tanto ser, no era en concreto nada, convirtiéndonos en seres bicéfalos llenos de luz deslumbrante en plena oscuridad de ciegos.
El ser y la nada. Miles de letras salieron de la pluma sartreana en los bares latinos de París. Un ser que era todo apariencia, tierra y eros, materia y antimateria, desorden de angustia y luz de vida. Nos mostró así la herida incurable de la contingencia humana a la que ni el amor salva. Sólo la definición existe.
Que el desorden es caos y nada. No se quedó Platón detrás del odiado-osado Demócrito, el primero en aceptar la mezcla de ser y nada, y aceptó la mezcla de perfección y muerte gracias a Timeo. Enseñó a quien le escucha que nada puede ser perfecto en este mundo de la nada.
Dios hizo las cosas de la nada. El espíritu de Dios se cernía sobre la superficie, desordenada, caótica, de las aguas. Así dice nuestra Biblia cuando verdad pretende. De donde surgió todo, incluso la nada o muerte. Pero Dios-ser se hizo nada y muerte para darnos, dicen, esperanza, amor, claridad y vida.
El ser es la nada, como ella es el ser, siendo todo devenir nos dejó zanjado Hegel. Una nada que busca el ser que se hace nada en otro, ser que busca su nada para vivir. Vorágine heraclítea, casi ya olvidada, sueño de la mezcla, claridad de la misma, movimiento sin descanso.
¿Nosotros? Vaivenes desde Hesíodo hasta la ciencia, de Parménides a Sartre, de Platón a la Biblia, de Heráclito a Hegel, del orden al desorden, del caos al cosmos, de la fealdad a la belleza, de lo caótico a lo cosmético, sin descanso, muriendo vidas, viviendo muertes, perdidos en el caos que nos hace, aun soñando sinfonías.
¿Quien escribe? Situado en un cosmos sólo explicable por el efecto mariposa cuando una día ya lejano de sanfermín y fiesta hubo un toro que encontró hueso en lugar de corazón y carne, carne que le expulsó a lugares donde anidaba la belleza, siempre más fuerte que su caos, una belleza empeñada en crear más belleza a pesar de tanta lucha en contra de la nada caótica en que su esencia consistía. Caos, pues, lugar de la creación. Porque sólo desde la nada se crea –filosofar, Schelling obliga, es abandonar la última orilla. Sólo desde el desorden se hace cosmos. Así siempre en devenir desde la caverna hasta la luz fugaz de la montaña.
En primer lugar existió el caos. Así de claro. Es lo que las Musas, en día de decir la verdad, dijeron al pastor Hesíodo, reconvertido desde entonces en vocero de memoria. Al principio, pues, la nada, la cueva sin paredes, una nada, no obstante, rodeada de deseo y tierra.
Al principio el vacío. Así de escueto. Es lo que la ciencia dice, en épocas de narrar verdad, a quienes escuchamos y nos hacemos desde entonces estudiosos de ciencias extrañas, ciencias del caos, efectos mariposa, orugas de nada corroyendo el cosmos desde electrones que viven.
Prohibido pensar la nada. Así de radical. Es lo que la nueva Diosa que, en camino de verdad, ordenó expandir a Parménides el aviso esférico, una esfera que, de tanto ser, no era en concreto nada, convirtiéndonos en seres bicéfalos llenos de luz deslumbrante en plena oscuridad de ciegos.
El ser y la nada. Miles de letras salieron de la pluma sartreana en los bares latinos de París. Un ser que era todo apariencia, tierra y eros, materia y antimateria, desorden de angustia y luz de vida. Nos mostró así la herida incurable de la contingencia humana a la que ni el amor salva. Sólo la definición existe.
Que el desorden es caos y nada. No se quedó Platón detrás del odiado-osado Demócrito, el primero en aceptar la mezcla de ser y nada, y aceptó la mezcla de perfección y muerte gracias a Timeo. Enseñó a quien le escucha que nada puede ser perfecto en este mundo de la nada.
Dios hizo las cosas de la nada. El espíritu de Dios se cernía sobre la superficie, desordenada, caótica, de las aguas. Así dice nuestra Biblia cuando verdad pretende. De donde surgió todo, incluso la nada o muerte. Pero Dios-ser se hizo nada y muerte para darnos, dicen, esperanza, amor, claridad y vida.
El ser es la nada, como ella es el ser, siendo todo devenir nos dejó zanjado Hegel. Una nada que busca el ser que se hace nada en otro, ser que busca su nada para vivir. Vorágine heraclítea, casi ya olvidada, sueño de la mezcla, claridad de la misma, movimiento sin descanso.
¿Nosotros? Vaivenes desde Hesíodo hasta la ciencia, de Parménides a Sartre, de Platón a la Biblia, de Heráclito a Hegel, del orden al desorden, del caos al cosmos, de la fealdad a la belleza, de lo caótico a lo cosmético, sin descanso, muriendo vidas, viviendo muertes, perdidos en el caos que nos hace, aun soñando sinfonías.
¿Quien escribe? Situado en un cosmos sólo explicable por el efecto mariposa cuando una día ya lejano de sanfermín y fiesta hubo un toro que encontró hueso en lugar de corazón y carne, carne que le expulsó a lugares donde anidaba la belleza, siempre más fuerte que su caos, una belleza empeñada en crear más belleza a pesar de tanta lucha en contra de la nada caótica en que su esencia consistía. Caos, pues, lugar de la creación. Porque sólo desde la nada se crea –filosofar, Schelling obliga, es abandonar la última orilla. Sólo desde el desorden se hace cosmos. Así siempre en devenir desde la caverna hasta la luz fugaz de la montaña.
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