No parece que, en múltiples ocasiones, valga de mucho hacer planes y ponerse en disposición de trabajo. Sea por el dicho popular que deja los asuntos humanos, y los que no lo son, en manos de la divinidad. Sea por la creencia más antigua, pero no por ello menos citada en todo tiempo, incluido el nuestro, del destino y sus caprichos, sea por azar, por necesidad o por ley desconocida. Sea lo que sea, si al hardware le da por estropearse, todos nuestros planes y disposiciones de trabajo y vida –todo el software- desaparecen en olvido, frustración y caos. En temores inmensos, cuando no en muerte definitiva.
Esta es la única razón del parón de este blog que deseaba ser casi diario. Terminada casi una entrada, la máquina se apagó como por ensalmo. Sin avisar, sin dejar tiempo a que la memoria hiciera su trabajo, destrozando ilusiones nocturnas y esperanzas diurnas. Temiendo la muerte definitiva de la memoria entera acompañando a la muerte del cuerpo que la sostenía. Sólo la suerte de poseer un proveedor casi amigo –ganas me dan de hacerle propaganda- ha logrado rescatar, no las últimas reflexiones no guardas en la memoria a largo plazo, pero sí al menos lo restante. Que no es poco si añadimos la resurrección del equipo que posibilita tales eventos.
La máquina, sí, pero también nuestra memoria, nuestra inteligencia, nuestra conciencia nuestro yo entero, sólo vive en un cuerpo que posibilita tales vivencias. Arreglada ya la tecnología externa, ya se sabe que las desgracias siempre traen compañía, se estropeó de inmediato el cuerpo cuyas manos la hacían operativa. Otro parón que destroza ilusiones nocturnas y esperanzas diurnas. Cierto que soy de los que sienten el cuerpo como una carrocería que, cuando se daña, la llevamos al garaje para su reparación. Cosa a la que la medicina actual ayuda sobremanera con sus múltiples fármacos, prótesis y elementos más complejos. Sólo que los padecimientos del arreglo debemos soportarlos en nuestra conciencia que se siente incapaz de generar ideas, reflexiones y palabras.
Esa conciencia -alma la llaman los creyentes en religiones extrañas- que sentimos como nuestro verdadero ser considerándola imperecedera, aun siendo sólo porque es imposible pensar en nosotros sin ella: pues si ella está, estamos nosotros, si ella desaparece lo mismo ocurre con nosotros. Mas, mientras vive con el cuerpo roto, genera más temores que esperanzas en vidas eternales. Como el hardware roto prometía la pérdida de hora enteras de trabajo, así el cuerpo deteriorado sólo sugiere, ya está dicho, olvido, frustración y caos. Temores inmensos, cuando no muerte definitiva.
¿Esperanzas eternas por no poder pensar un universo sin nosotros? ¿De veras no pode-mos? ¿Acaso no sabemos que, durante cantidades inmensas e inimaginables de tiempo, no hemos convivido conciencia y mundo por la razón obvia de la inexistencia de aquella? ¿No sabemos que, durante el tiempo de los sueños, tampoco existe la conciencia? ¿Porqué, pues, no queremos aceptar que somos un mero e insignificante paréntesis de conciencia y vida? ¿Por qué nos resistimos a aceptar la existencia de milenios y trilenios, cuatrilenios infinitos, sin nosotros? ¿No es sólo esperanza absurda por mucho que las religiones se empeñen en prometernos paraísos imposibles?
Mas también es deseo; ¿cómo soportar una conciencia que jamás sabrá la verdad del todo? Reflexionemos aun siendo desde el caos, desde la nada, desde Heráclito: sólo quien no espera hallará lo inesperado. No esperemos, pues.
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