martes, junio 27, 2006

Canciones de amor, canciones políticas


Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo
Bainan horrela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik…
txoria nuen maite

A quienes no podemos sentirnos nacionalistas, al menos más allá del típico amor al lugar donde nacimos o vivimos, y no sólo porque –glosando al gran Groucho- no podemos pertenecer a una nación que admita a sujetos como nosotros, nos suceden, ciertamente, desiertos pero también asuntos de lo más curioso. Uno de ellos se refiere a la hermosísima canción arriba citada –cantada por Mikel Laboa- que tantas veces, en nuestra juventud, cantamos y coreamos.

En mi ya larga y compleja vida amorosa fue, en muchas ocasiones, la única copla, el único poema, que me explicaba algunas de estas aventuras. Sobre todo aquellas que surgían del azar –en el fondo, como todas- y me sentía deseado y querido por mis ansias de libertad. Era, tras los primeros fuegos amorosos, cuando las cosas dejaban ya de ser libres y felices, cuando ellas pretendían compromisos, seguridades, noviazgos, tal vez incluso matrimonios, era entonces cuando sólo esa canción podía iluminar el complejo mundo de sentimientos en que me había sumergido. Atraía, sí, mi libertad, mi capacidad de pensar más allá de tópicos y apariencias, pero cuando el amor se prendía de tal vida libertaria, este sólo deseaba cortar alas, cerrar jaulas, encerrar para siempre la libertad amada. ¿Se necesita más para entender el seguro fracaso de aquellos amores? Porque, efectivamente, encerrado ya, se perdía todo el encanto, con las alas cortadas no podía escapar pero, evidentemente, ya no era yo, ya no era aquél que era amado.

No era asunto diferente cuando sucedía al revés. Enamorarse de una mujer, bella, joven, libre como una mariposa, no prometía sino finales de desastre. Por el deseo de poseer en que consiste el amor –no dejaremos de platonizar en este blog de ideas, esos seres descubiertos por el genial filósofo-, ese deseo imposible (permítaseme no olvidarme tampoco de los geniales análisis de de Sartre), no puede acabar sino en cortar alas, cerrar jaulas, encerrar para siempre la libertad amada. Un futuro, por tanto, de fracaso. Porque, también desde este lado del espejo, encerrada ella, perdía el encanto, con las alas cortadas no podía escapar pero, evidentemente, ya no era ella, ya no era aquella que era amada.

Será por eso aquél grito ya viejo de Agustín García Calvo, cuando maldecía a quien “amores sin sentido quisiera reducirlos al matrimonio y al orden”. Será por eso que Nietzsche – ¿si Lou Andreas Salomé, en lugar de seguir volando para ser eternamente deseable, hubiera aceptado su amor, tendríamos el Nietzsche que tenemos? - calificaba al filósofo casado como un comediante, un farsante, en quien la libertad estaría coartada por las cadenas de su jaula. ¿Un filósofo sin libertad’? ¿Un amor si libertad?

No parece, no obstante, que el asunto pueda tener remedio mientras seamos tan débiles, mientras necesitemos ser dioses, o diosas, para alguien, mientras no sepamos vivir en la inseguridad esencial en que consiste nuestras vidas., mientras no sepamos que la soledad será nuestra única compañera fiel más allá de relámpagos de amor siempre pasajeros. No, parece que estemos preparados para amar pájaros, para querer las mariposas del cielo.

Mas resulta que no, que el bellísimo poema que ha sugerido todas estas reflexiones nada tiene que ver con el amor. Al menos eso he podido entender escuchando alunas conversaciones tanto de nacionalistas como de antinacionalistas. Parece, más bien, que la mayor parte de las gentes que la han cantado durante estos años interpretaban al pájaro como Euskadi, objeto de deseo de España y Francia por sus milenarios valores de libertad y democracia. Unas naciones que, para amarla, debían ponerla literalmente entre rejas, de modo que, una vez más, lo amado conseguido deja de ser lo deseado convirtiéndose en su contario, en lo más odiado.

Será así, tal vez así será. Por lo que a mí respecta, no dejará de constituir una fuente inagotable de reflexión acerca de ese amor que pretendo convertir en sabiduría. Unas palabras que, más allá de estas, logren convencerme de la posibilidad de un amor con alas. Porque, sí, si le cortara las alas sería mío, jamás emprendería el vuelo hacia otros lugares, pero entonces ya no sería pájaro, ya no sería mariposa. Y yo lo que amaba era mariposa, lo que quería era pájaro de libertad. Mas la sabiduría lograda dice que deseamos una mariposa deseosa de descansar su libertad en nuestros brazos sin que sus caricias la estrangulen. Que nuestro pájaro descanse en los brazos de quien nos ama sin que sus caricias nos ahoguen. Nuestra patria, sí, un amor preñado de saber.


2 comentarios:

nina olvido dijo...

Qué bien has definido el amor y la libertad y de qué forma tan sencilla has puesto palabras a las dudas que me surgen a mi desde hace un tiempo...
Pero no es lo mismo un pájaro de 20 años que otro de 50... no es lo mismo!

(Y a quí comienza mi lectura de tu página. ¿Por qué no me avisaste antes de que tenías esto?)

Anónimo dijo...

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